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La soledad no deseada se ha convertido en una carga invisible y creciente que afecta a muchas personas en nuestra sociedad. A pesar de estar más conectados que nunca a través de la tecnología, paradójicamente, muchas personas se sienten solas, aisladas y desconectadas emocionalmente, lo cual tiene consecuencias significativas, no solo para su bienestar mental, sino también en su bienestar físico y social. Siendo una realidad que afecta a personas de todas las edades, es momento de abordarla y tomar medidas para combatirla.

Aunque todos experimentamos momentos de soledad, la soledad no deseada se caracteriza por una sensación continua y angustiante de aislamiento social, y una falta de relaciones sociales significativas, sólidas y satisfactorias. En la actualidad, la soledad no deseada afecta a un 13.4% de los españoles lo que supone un coste de 14.141 millones de euros al Estado, en Europa afecta a 30 millones de personas. 

Estudios demuestran que la falta de conexiones sociales de calidad puede aumentar el riesgo a desarrollar enfermedades cardiovasculares, depresión, ansiedad y deterioro cognitivo. Además, la soledad prolongada puede afectar negativamente a la autoestima, la confianza y la calidad de vida en general. La soledad crónica puede llegar a acortar la esperanza de vida tanto como fumar o la obesidad.

Las personas mayores son especialmente vulnerables a esta problemática, ya que pueden experimentar más fácilmente la pérdida de seres queridos, la disminución de la movilidad o la falta de oportunidades para establecer nuevas conexiones sociales. Sin embargo, no debemos olvidar que la soledad no deseada impacta en personas de todas las edades, grupos y culturas: jóvenes, inmigrantes, enfermos crónicos, personas sin hogar, personas con discapacidad, etc.

La soledad no deseada no es simplemente una cuestión individual, sino también un reflejo de la sociedad en la que vivimos; por lo que es inevitable abordarla tanto a nivel individual, buscando actividades que proporcionen un sentido de pertenencia y redescubriendo el valor de las relaciones humanas cara a cara,
priorizando el tiempo y el espacio para conectarnos con los demás; como a nivel social, implementando programas y servicios que promuevan la interacción social y la participación comunitaria: centros de actividades para personas mayores, grupos de apoyo, clubes comunitarios, programas de voluntariado, son algunos ejemplos de iniciativas que pueden fomentar la inclusión social y proporcionar ese sentido de pertenencia.

Romper el silencio en torno a este tema es el primer paso para abordar esta epidemia. La soledad no deseada no tiene por qué ser una realidad permanente. Todos tenemos un papel en la construcción de una sociedad que garantice la igualdad de oportunidades para conectar y experimentar una vida plena y enriquecedora.

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